Adrián Rodríguez García: El Quijote saltillense que luchó por lo imposible

Por Jaime Martínez Veloz

De Saltillo no se puede hablar sin mencionar a Adrián Rodríguez García, un personaje que, de no haber existido, Cervantes habría tenido que inventar. En él convivían el idealismo del Quijote y la pasión de un revolucionario incansable. Adrián fue un soñador, un luchador y, sobre todo, un hombre comprometido con lo imposible.

Su vida estuvo marcada por la intensidad. De joven, heredero de una pequeña fortuna, se sumó a los ideales de la Raza Cósmica, inspirada por Vasconcelos. Sin miedo al ridículo ni a las críticas, organizó mítines en la plaza de armas de Saltillo, donde proclamó su presidencia vitalicia de la república, mientras decretaba que los alimentos serían gratis para todos. La concurrencia creció cuando ordenó a las fritangueras locales alimentar a quien se acercara, ganándose los aplausos y corazones de los presentes, aunque también el escepticismo de muchos.

Con su frac y banda tricolor al pecho, fundó el Partido Adrianista, el Frente Único de Ciudadanos no Votantes, y su querida Universidad Universo. Su pasión y sentido del humor eran inagotables, como cuando me lo encontré en 1971, cargando papeles y flores, proclamando ser el rector de su universidad. "Haz un manifiesto", me ordenó. Y así lo hice, porque con Adrián, uno no podía más que seguirle el juego.

Adrián vivía como predicaba, entre sueños y realidades que él mismo moldeaba. En una de nuestras últimas reuniones, pasamos la noche de Año Nuevo de 1983 en mi casa. Se vistió con ropa que le presté y al amanecer salió con un frío cortante, decidido a "desagraviar a Cristo Rey" y combatir al “diablo” que, según él, gobernaba desde el palacio estatal.

El 14 de enero de 1984, Adrián murió en la plaza de armas, su eterno campo de batalla, víctima de un paro cardiorrespiratorio. Lo sepultaron en una fosa común. Cuando fui a reclamar sus pertenencias, recibí la camisa verde que llevaba puesta, junto con sus escritos y panfletos, que guardo como un legado.

Adrián Rodríguez García me dejó la magia de soñar con lo imposible, de creer que los ideales, aunque locos, pueden cambiar el mundo. En su ausencia, su memoria sigue viva, recordándonos que la lucha, aunque parezca absurda, es el mayor acto de humanidad.




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